Muchos han sido
los regalos que he recibido, he tenido grandes sorpresas que me encanta
contar. El año pasado recibí muchos de
estos regalos, la experiencia de vivir un EPJ (Encuentro de Promoción Juvenil),
la experiencia en Madrid, para la Jornada Mundial de la Juventud, la
experiencia de Religiones por la Paz, en Managua. Pero hoy quiero contar la experiencia reina,
la que coronó y concluyó este gran año: Misión País Colombia. Tiendo a ser un poco descriptivo, espero no
aburrirles.
Una mañana mi
jefa me mandó a llamar, me dijo que leyera una carta de invitación que había
recibido, y sin más me preguntó: “¿Te gustaría participar?” a lo cual yo
respondí que sí. Pasó un buen tiempo y
la Rectoría no había dicho nada sobre ese viaje, de repente una tarde sale mi
jefa y le dice a toda la Pastoral: “¿Adivinen quién se va a Colombia?”, yo la
verdad no esperaba que se llevara a cabo este viaje, es más ya me había hecho a
la idea que pasaría mis vacaciones de fin de año en casa, con el único objetivo
de bajar de peso.
Luego de todo el
trámite administrativo me entregaron el boleto, estaría en Colombia del 12 al
27 de diciembre. Una de las cosas en las
cuales me puse a pensar fue en no pasar la Navidad en casa, la verdad me costó
hacerme a la idea, pasé una buena parte de los preparativos del viaje triste
por eso, pero llegué a la conclusión que, como siempre, las veces que no he
querido hacer algo es cuando más me lo disfruto.
Una noche antes
de tomar el avión que me llevaría a Bogotá, me llaman mis amigos para juntarnos
en misa y salir a celebrar la navidad, claro yo dije que no, ya que no tenía
nada arreglado. Llegó el ansiado día, no
está de más decir que soy muy estresado, me preocupaba que nadie me fuera a
traer al aeropuerto, cosa poco probable, de igual forma tuve un plan de
reacción. Ese lunes, día consagrado a la
Emperatriz de América, me levanté muy de madrugada, el vuelo salía a las 8 de
la mañana, por lo cual llegué al aeropuerto internacional La Aurora a eso de
las cinco de la mañana, según yo no iba a haber gente, claro no fue así. Hice una breve escala en San José, Costa
Rica, donde aproveché a comprar chocolates, abordé nuevamente el avión que me
llevaría a la ciudad que me robó el corazón: Bogotá.
Llegué a El
Dorado al filo de las 2 de la tarde, allí me esperaban Luis Carlos Figueroa e
Iván Camilo Vargas, quienes me invitaron a comer una muy rica crepe y me
mostraron la ciudad, a eso de las 4 inició el trabajo de la misión, nos
reunimos con Diana Salamanca, la otra coordinadora de Misión, fue una tarde
lluviosa, muy rica, no está de más decir que esa tarde conocí el Centro
Pastoral de la Javeriana, me pareció excelente.
Entre tinticos y aromáticas, fue pasando la tarde. En esa misma rutina pasaron los días y llegó
el día que salimos a Arauquita, un municipio del departamento de Arauca, en el
oriente colombiano.
A parte de mí,
el grupo de misioneros estaba conformado por administrativos de la Javeriana:
Diana, Fabiola, Sonia, Maritza, Clarita, Jorge e Iván, nos reunimos a las 12 de
la noche en la terminal, para abordar el bus que nos llevaría a Arauquita, he
de decir que fue un largo viaje, algo que yo sólo había hecho una vez, y
prometí no volver a hacer, pero como decía mi abuela: “Más rápido cae un
hablador que un cojo”. Llegamos a
Arauquita alrededor de las 3 de la tarde, comimos, y nos llevaron a nuestro
centro de operaciones, un instituto. Esa
misma tarde fuimos a celebrar la misa con la comunidad, al llegar por la noche,
comimos juntos y así inició nuestra aventura.
Al día siguiente
fuimos a conocer las comunidades que nos asignaron, aunque a Fabiola y a mí nos
correspondió trabajar la planificación de las actividades con los niños. Habrá que decir que el trabajo que nos asignaron fue la de visitar familias, consolando a
los enfermos, así como trabajo con niños y una convivencia con jóvenes. Todas las mañanas saldríamos a visitar las
comunidades del municipio, allí cada uno tuvo encuentros con las familias del
sector, muchas de ellas ni si quiera profesaban la religión católica, pero fue
una bella oportunidad para relacionarnos con estas familias que nos abrían no
sólo sus casas, sino su corazón, recuerdo el caso de una señora muy mayor que
nos contó su historia y cómo vivía, es una experiencia que no se me olvidará
jamás.
La convivencia
con los jóvenes inició con una leve llovizna, allí hicimos un rally, unas
dinámicas y compartimos algunas experiencias, recuerdo lo mucho que disfruté el
ver a los jóvenes bailando el Calimeño, obvio lo primero que hice al regresar a
Guatemala fue descargarla en MP3, así como bailar con ellos la Macarena, fue
algo muy bello. El almuerzo lo hicimos
todos juntos, comimos sancocho, para cerrar esa jornada cantamos todos juntos
un tema de Juanes: No creo en el jamás.
De las cosas que
más amé, sin lugar a dudas, fue el compartir con los niños, entre todos
logramos darles algún bocadillo, disfrutábamos tanto jugar con ellos, desde “El
gato y el ratón”, que reconozco no fui capaz de ganarle a Santiago; “El lobo” y
otras tantas. También les enseñé algunos
cantos de Guatemala: El chipi-chipi, el baile de la avispita, que creo que fue
el éxito. Dianita nos enseñó un canto
especial: el Pichirilo. Vimos el
desarrollo emocional de algunos niños, pero citaré sólo uno, que nos marcó a
todos: Paulina, a un inicio no se dirigía hacia nosotros, nos huía, pero al
paso de los días se acercó y para el último día ya éramos amigos. Como educador es muy satisfactorio ver cómo
trabajan los niños y vivir junto con ellos esta aventura fue más que bello.
Las tradiciones
navideñas en Guatemala están marcadas por las posadas, que es rezar la novena
al niño Jesús de casa en casa, en Arauquita fue un tanto distinto, ya que la
novena se reza en un solo lugar, para ello nos dividimos en sectores, el
nuestro inició con 20 niños, para el último día eran 120, ¿cómo logramos
entretenerlos? Fue sencillo, utilizábamos cantos y dinámicas. Era toda una aventura llegar allí, mi grupo
en una ocasión se perdió y llegamos tarde.
Había días en los que íbamos a tres novenas y en cada una dejamos el
corazón.
Soy consciente
que como buen guatemalteco una de las cosas por las que más presumimos es de
nuestra pluriculturalidad, en nuestro territorio viven 23 culturas, y entre todos
nos relacionamos, por ello cuando nos contaron que conoceríamos una reserva
indígena, yo me emocioné, ya que me imaginaba ver a indígenas como en mi país,
pero en realidad me sorprendió un poco, adicional a ello me sorprendió el
término “Reserva”, ya que en Guatemala eso sería impensable. Fue un poco doloroso para mí ver la situación
en la que viven. Así como no encontrar
la forma en entrar en sintonía con ellos. Asistimos a una serie de bautizos
masivos, luego de ello regresamos a nuestro centro de operaciones.
Fueron días muy
llenos de actividades, que disfruté mucho, no está de más decir que tuvimos que
regresar antes por el transporte, ya que yo salía para Guatemala el 27 de
diciembre por la mañana, eso me dio la oportunidad de compartir la Navidad con
la familia de Iván Vargas, fue una experiencia única, ya que la navidad en
Guatemala es algo aburrida, en cambio en Colombia es riquísimo, sobre todo por
la música las luces de la ciudad, el compartir con la gente eso es lo más bello
de la vida.
Siempre me
habían presentado Colombia como un paradisiaco lugar, playas hermosas, bellas
mujeres, pero la Colombia que yo conocí y más aun, la Colombia que amo es la
que me abrió las puertas de su corazón, la Colombia de gente amable y siempre
dispuesta a ayudar y a compartir, pero sobretodo a sonreír con un desconocido.
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