domingo, 29 de diciembre de 2013

Tu nacimiento...


Cuando veo el mundo, “este mundo”, me pregunto ¿Por qué Señor?

Tú te hiciste hombre para darnos una segunda oportunidad, para mostrarnos que si se pude vivir y ser feliz.

Jesús, mientras contemplo de qué forma viniste al mundo, no puedo evitar pensar que yo he sido quien te ha cerrado la puerta, que yo he sido quién te dice que la posada está llena, y en efecto, está llena de odio, resentimiento, amargura, desolación.  Son todas estas cosas las que impiden que te deje entrar, soy yo mi piedra de tropiezo, soy quien, egoístamente te niego que entres.

Pero aún así te haces hombre frente a mí, me vez con ojos de bondad y misericordia y me perdonas, me dices que todo estará bien.

Pero ¿me doy la oportunidad de volver a recibirte o prefiero darle prioridades a tantas cosas, aún así me vez con misericordia.

Tú nacimiento me recuerda que yo puedo volver a nacer, que yo también puedo volver a empezar y que no todo está perdido, no mientras siga confiando en tu misericordia.

Haz nacido pobre, Jesús, para recordarme que yo también lo soy, y que hay muchos que viven en situaciones infrahumanas, que han perdido su dignidad, que ya no se consideran parte de los hombres y las mujeres.

Haz nacido pobre y afuera para recordarnos que la salvación tiene que llegar a los excluidos, a los marginados a los rechazados, a mí….

domingo, 22 de diciembre de 2013

Es aquí donde te has encarnado...


Al oír el sonido de las hojas secas en mis pies.  Cuando siento el sol que con sus rayos rozan mi piel, o veo el verde intenso de la naturaleza, es cuando me detengo a meditar…

Pienso en las situaciones que vive el mundo hoy.  Tanto odio, tanta ira, tanta violencia, tanto recelo.  Que fácilmente ocultamos con diplomacia, que ocultamos con hipocresía de nuestros corazones.  En este mundo en que la guerra nos amenaza a muerte, y que muchos ven como necesaria, en este mundo en que cada día mueren más inocentes a causa de la injusticia, de la riqueza mal entendida y que beneficia a tan pocos.

En este mundo en que muchos creyentes hacen oídos sordos al clamor de la gente que agoniza de hambre. Donde la desigualdad y las adicciones son tan bien recibidas.  Aquí donde la jerarquía eclesiástica es reconocida por su vestimenta y no por ser la voz de los que no tienen voz, donde esa misma jerarquía se dedica a condenar a los que no piensan como ellos y con la forma en que ven el mundo y prefieren, en honor a la verdad, proponer nuevas formas de ver la teología, y condenan porque son una amenaza a los privilegios que han tenido.  Aquí donde se señala a los que viven, o debería decir vivimos, una moral distinta, que nos humaniza, pero que está lejos de la dictada por ellos, que no entienden, del todo, lo que significa vivir fuera de su círculo.

Es en este mundo donde se cataloga el valor de una persona por el carro que utiliza, o la marca de ropa que lleva puesta, donde se comprar la dignidad por lo que se usa.

Aquí en este mundo en el que se valora la explotación de recursos minerales, aun a costa de la vida humana y de los recursos naturales, que tanto nos hacen falta y sin los cuales no podríamos vivir.

Aquí donde vale más el “qué dirán” que el amor verdadero de dos seres humanos (sean hombres y mujeres, solteros o casados, heterosexuales u homosexuales). Aquí donde es mejor traer a un niño a morir de hambre, que utilizar un método de planificación familiar.  Es aquí donde el aborto es una “opción”, que haber razonado previamente el tener o no relaciones sexuales, ya que el sexo se convirtió en puro placer animal y no en la expresión legítima del amor.

Aquí donde los gobiernos destruyen, la jerarquía eclesiástica (no todos, pero sí muchos) manipulan, donde el odio se percibe día a día, donde la gente muere por hambre, por violencia, por guerras.  Es aquí donde te has querido encarnar.

Aquí te has querido hacer hombre, como yo, como tantos amigos míos, como tantos otros.  Aquí has querido estar, en el seno de una virgen, que aprendió a seguirte, porque aquí “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”   (Cfr. Juan 1, 14)

Con tu Encarnación (escándalo para unos, esperanza para todos), nos has dado un mensaje claro: No todo está perdido.

Con tu Encarnación nos has dicho que confías en el ser humano.  Que este mundo puede, y debe, ser como tú lo soñaste.   Que el mañana pinta a esperanza de vida y no desolación de muerte.  

Te has querido quedar con nosotros, nacer como nosotros, reír como nosotros, llorar como nosotros, porque nos amas tanto que has querido experimentar lo que vivimos, sentimos y somos.

Has querido nacer de una mujer, para sentir lo que es decir: “Te quiero mamá”, has querido crecer en su seno y formarte de sus entrañas, como nosotros.  Has nacido en una familia, donde un hombre te enseñó a ser hombre y seguro creciste con niños de tu edad, donde aprendiste a compartir.

Con tu encarnación nos das la esperanza de un mundo distinto.  Un mundo que nos da señales de Reino, como la madre que trabaja para alimentar a sus hijos, ya que su “esposo” la dejó a su suerte.  Como el líder que dijo: “Yo tengo un sueño…”.  Como el Arzobispo Tutú y Mandela que lucharon por la igualdad de raza.  Como el papa Francisco que nos convoca a una nueva forma de ser Iglesia, desde la alegría de conocerte, desde la Alegría del Evangelio (Evangelii Gaudium, para los entendidos).  Como tantos mártires que han dado la vida para que otros vivamos.  O la pareja de novios que se demuestran el amor con un beso.

Es allí cuando te encarnas, cuando te haces hombre, cuando te quedas entre nosotros, cuando nos regalas la esperanza que otro mundo es posible y que lo tenemos que construir. 

La ventaja es que Tú estás en medio de nosotros….  
 
 

martes, 30 de julio de 2013

¿Dónde están los cristianos?

Hace pocos meses sucedieron dos situaciones que me hicieron reflexionar.  Y ya desde hace mucho tiempo he querido escribir sobre esto.  Un día un amigo mío, me hizo esta pregunta, con un aire de sarcasmo: - ¿Y vos todavía sos católico? A lo que yo le respondí: - Claro que soy católico, comulgo y me confieso.  Pero lo que más me hizo reflexionar sucedió en la misa más concurrida de mi parroquia, fue tal el revuelo que muchos se salieron y se quedaron callados, el cura preguntó: ¿dónde están los cristianos?

Yo le he dado muchas vueltas al asunto y me quedó esa pregunta.  A ella, le sumé la pregunta anterior, le pasé revista a mis propias actitudes, haciendo un justo examen de conciencia.  Luego revisé nuestra problemática actual, y recordé lo que menciona el P. Carlos Cabarrús, que sólo se puede conocer un valor, a partir de su antivalor.

Hay en el mundo, millones de niños que se muren de hambre, jóvenes excluidos por sus tendencias, por su raza, por sus gustos, por su color;  el gasto excesivo en armamento, la mala distribución de la riqueza y de la tierra; y que hayan muchos seres humanos, que no tienen lo necesario para vivir con dignidad; jóvenes que viven con adicciones; seres humanos que evalúan y excluyen a los demás seres humanos por lo que poseen, y no por lo que son. Y así podíamos seguir poniendo ejemplos.

Es en este panorama en el cual me cuestiono ¿En dónde estamos los cristianos?  Asumimos que seguimos a Jesús, pero ¿es así en realidad?  Seguir a Jesús implica asumir y optar por su Proyecto, por la forma en la que él actuó.  Pero allí está el primer problema, creemos que el actuar de Jesús es sólo para los demás, para que los demás vivan como nosotros pensamos que es correcto vivir, que debemos cumplir una serie de pasos para poder acercarnos a él y estar plenamente limpios, y es cuando el bello planteamiento “Qué hubiera hecho Jesús es esta situación” se vuelca a señalar, y no a cuestionar en “¿Cómo actuaría Jesús, delante de este hermano que seguro está sufriendo?”

Yo, trabajo con muchos jóvenes, algunos comprometidos con “Jesús” y otros no; los comprometidos con él, se comprometen a rezar el ángelus, el rosario, no se pierden una procesión y visitan al Santísimo, pero todo eso se vuelve ritualismo si no lo llevamos a la práctica.  Muchas veces con ello nos justificamos y así acallamos nuestra propia conciencia, allí se cumple el viejo adagio de Marx que la religión es el opio del pueblo.

¿De qué nos sirve seguir a Jesús si no nos comprometemos con su causa? ¿Para qué nos sirven llenar nuestro TL de mensajes de Jesús si no nos manchamos las manos trabajando por los que Jesús trabajó?

¿A qué Dios estamos viendo? Más aún ¿A qué Dios queremos ver? A un Dios que acalla el grito desesperado de hombres y mujeres que claman por justicia, por equidad, por solidaridad.  ¿Dónde están los cristianos?  ¡De rodillas ante el Sagrario!  Si se está de rodillas ante el Sagrario, el mundo debería ser distinto.  Sino, para mí es puro fariseísmo, si no nos comprometemos con una causa justa, y qué más justa que causa que la de Jesús, nos convertimos en una herramienta que nadie utiliza.  Es necesario que los cristianos, los verdaderos seguidores de Jesús construyamos un mundo nuevo.  Un mundo donde no valgamos por el carro que tenemos o la playera que utilicemos, un mundo donde el ser humano valga por lo que es y no por lo que tiene.  Un mundo en el que no rechacemos a los que piensan o sienten diferente, si lo que es verdaderamente importante es el amor que le impregnamos a los que hacemos.  No porque sean gay, serán menos cristianos, ya lo dijo el Papa Francisco “Si un gay busca a Dios ¿quién soy yo para juzgarlo?”  No porque yo sea negro o rubio, no porque sea alemán o un “indio” me da un valor extra.  Ese valor extra ya lo tengo por ser un humano.



El cristiano verdadero es aquel que rescata la dignidad del ser humano, como lo hizo Jesús, como cuando se encontró con la samaritana, con la hemorroisa o con la mujer adúltera, curiosamente mujeres ¿será por qué ellas son las más afectadas y las más juzgadas en estas situaciones de indignidad?

Es el momento en el que cambiemos de óptica, de cómo ver la realidad, el cristiano de hoy, diría Karl Rahner, o será místico o no será cristiano, y yo le sumaría que el cristiano y la cristiana de hoy, será un místico, un comprometido y con ello cambiará el mundo. 

jueves, 28 de febrero de 2013

Carta abierta al Papa Benedicto XVI


Sabes, desde hace tiempo he querido escribir esta carta, a pesar que sé, nunca la leerás.  Pero sabes Benedicto, aunque no la leas nunca, eso no está divorciado en que yo te exprese lo que pienso y, especialmente, siento.

Nunca olvidaré el medio día de aquel 19 de abril, cuando una compañera nos dice: “Habemus Papam” y yo no pude ocultar mi frustración cuando oí tu nombre: Joseph Ratzinger.  Recuerdo que llegué a mi casa y vi tu primera aparición pública.  En ese momento de mi vida, no estaba tan unido a la Iglesia. 

Pasaron los días y meses, y recuerdo cuando te empezaste a robar mi corazón, fue con un grupo de niños de primera comunión, un gesto bastó para que pensara: “él es humano”.  Esa navidad, 2005, publicaste tu primer encíclica “Deus Caritas Est” nos hablaste del amor de Dios.  Y allí te ganaste mi corazón.
Poco a poco te fui conociendo.  Cuando publicaste tu primer libro, a pesar que no entendía, lo compré y lo leí, allí inició mi peregrinar como lector.  La verdad, Beny, me convenciste y me conmoviste, y eso no lo hace cualquiera.

A partir de eso, fui tu defensor, traté de dar a conocer lo que nos enseñabas, lo que nos expresabas, lo que nos decías.  Todo el mundo estuvo atento a lo que decías, y no faltó quien tergiversó tus palabras.  Todo el mundo quería que fueras distinto.

Es cierto, no fuiste perfecto, pero sabes, eso es lo que más agradezco.  Porque nos demostraste lo humano que eres.  Cometiste errores, si, pero ¿quién no los comete? Pero sabes, nosotros cometimos un error más grande: quisimos que fueras y siempre te comparamos con tu predecesor.  Nosotros que crecimos con Juan Pablo esperábamos que actuaras como él, que te expresaras como él, que fueras él.  Algunos se dejaban apantallar por tu apariencia, te criticaban por cómo lucías y nunca se dieron la oportunidad de escucharte lo que nos tenías que decir.  Lo que más me sorprendió es que la gente que lo decía, nunca oyó algo que haya dicho Juan Pablo II.

Hoy a una hora que dejes el pontificado, me pregunto ¿qué soledad estabas viviendo, Beny? ¿qué pasó en tu corazón para tomar esta decisión? ¿qué sientes en este momento?  Son preguntas que me hago.  Y al verte, al oír tu último mensaje al mundo, antes de pasar al silencio que te acompañará en los últimos momentos, días, meses o años, no me resta más que agradecerte por lo que nos has enseñado.
Pero sabes algo, no seremos egoístas, ya con 85 años has sacrificado siempre lo que has querido hacer, con tal de cumplir lo que Dios te pedía, soñabas, cómo yo, a ser profesor en la Universidad, estando allí te llamó a servir como obispo.  Cuando ya te habías acostumbrado a este servicio un gran profeta te crea cardenal, Pablo VI.  Juan Pablo te llamó a servir como Prefecto de la Doctrina de la Fe, y ya cuando creías que descansarías y cumplirías tu sueño de escribir, te eligen Papa.  Con humildad aceptaste e inició un camino, que hoy llega a su fin.

Es cierto que no te veremos  envejecer, gracias a Dios, porque no soportaría verte sufrir, como vimos sufrir a Juan Pablo.  No esperaremos que las campanas de San Pedro suenen a muerto cuando te encuentres con aquel que has seguido, o que apaguen la luz del apartamento donde vivías.  No serás noticia.  Quizá después de hoy algunos  no recordarán lo que nos dijiste alguna vez.  Pero de algo estoy convencido que habrán muchos que te recordarán, como un papa amable, como el papa de la razón, como un papa que no temió al desafío de seguir a Jesús, como el papa que marcó esta generación.

Hoy, junto con muchos amigos míos podemos gritar: ¡Esta es la juventud del papa!

Con cariño y con mi profundo agradecimiento...


Luis Alberto Guigui. 

martes, 22 de enero de 2013

¿Será esta nuestra realidad?


En este mundo tan necesitado de atención y escucha, los seres humanos necesitamos un momento de reposo y silencio, para descubrir quiénes somos y no lo que hemos creído que somos.
Mientras camino por un concurrido centro comercial de la ciudad de Guatemala, me doy a la tarea de observar a las personas que pasan a mí alrededor,  observo sus gestos, sus comportamientos, en realidad me enfoco más en los más jóvenes, en realidad sus comportamientos me intrigan más.  Los veo y en ellos veo una búsqueda de identidad, de tratar de descubrir quiénes son y a qué mundo pertenecen, esto se manifiesta en que tratan de ser como el artista del momento (Justin Bieber, los chicos de One Direction, etc.) como la modelo de moda.  Algunos de ellos dejan de ser libres, con tal que la misma sociedad juvenil los acepte.  Estos jóvenes se olvidan del ser humano que tienen a su par, abstraídos por el artículo tecnológico del momento (I phone, Black Berry, etc.) pendientes de la respuesta del último “tuit” que “tuitearon” en el “TL” de algún amigo, comparando si el número de seguidores es mayor que el de los que surgen.  ¿Por qué nos está pasando esto? ¡Por qué nos esforzamos en ver si este o aquella persona pertenecen a mi círculo social, deportivo, universitario o, incluso, eclesiástico? Las cuestionantes pueden ser mayores o algunas otras, podríamos analizar varias respuestas, en realidad, yo me quedo con una…
No hemos y no nos hemos dado el tiempo para descrubrir quienes somos y la riqueza que poseemos.  Nos hemos olvidado de la maravillosa creación que somos.  Se nos ha olvidado ver a los ojos a las personas, descrubriendo en el otro la riqueza que Dios ha querido poner en Él.  Nos hemos olvidado de lo pequeño, de lo agradable, de lo gratuito, de disfrutar lo simple.  Nos hemos llenado el cuello de rosarios y cruces para que vean que somos “católicos”, o llevamos una biblia para que vean que soy “evangélico”, pero dejamos el llamado de nuestro fundador a amar nos, a amar los, nos olvidamos de los detalles que nos dan vida.  Nos exigimos perfección, perfección que nos lleva a una gran frustración porque Nunca  la alcanzamos.  A veces, incluso, olvidamos decir lo que queremos decir, porque hemos olvidado las palabras necesarias para hacerlo.

Necesitamos animarnos a ser diferentes, a cambiar el mundo, a no criticar a alguien por ser valiente, por ser diferente, sino, atrevernos a conocer el medio que lo hace ser él, a dar tiempo, vida y energía, que son los mayores bienes que poseemos, a darle a otro ser humano lo que le daríamos a Dios ¡Por qué en él habita Dios! Y nunca olvidar que “La mayor Gloria de Dios es el hombre viviente.