Si hay algo en esta tierra de lo que ha escrito, dicho,
interpretado y malinterpretado, es: El amor; algunos han tratado de definirlo,
otros han contado historias acerca de esa lucha intensa que es el amor, se han
editado y producido infinidad de novelas, que en cierto sentido han
tergiversado lo que es este maravilloso sentimiento; incluso el Papa Ratzinger
nos ha escirto una encíclica sobre el tema.
El apóstol Juan define: “Dios es amor”; ya los filósofos se
han quebrado la cabeza tratando de definir a Dios y han llegado a una sola
conclusión: ¡No se puede definir a Dios!
Los antiguos griegos definían tres clases de amor: Eros, Philia y Ágape,
cada uno con sus peculiaridades. Yo los
veo más como un camino, un camino que nos lleva a Dios. Vemos, por ejemplo, en una persona, un
rostro, un amigo, un hermano (Philia) un rostro que nos transmite pasión,
deseo, atracción física, sacrificio (Eros) y en cada uno de ellos vemos a Dios
(Ágape).
Al empezar a escribir sobre esto me preguntaba: ¿Qué me
habla a mí del amor? Providencialmente
oí el llanto de un recién nacido en los brazos de su madre, claro mi memoria
voló hace diecisiete años cuando oí a mi hermano por primera vez, o hace quince
años, cuando mi hermana apareció en mi vida.
Creo que allí tuve una experiencia de amor. En esta relación fuimos creciendo los tres,
compartimos, vivimos, gozamos y disfrutamos juntos, ellos son rostros de amor
puro y sincero, que busca el bien del otro.
¿Qué decir del amor de una madre? Que sin duda quiere lo mejor para nosotros, a
pesar que haya errores, siempre querrá nuestro bien.
En el ir y venir de nuestra vida esos se convierten en
rostros que nos transmiten algo importante: ¡A Dios! Al igual que una madre, Dios quiere lo mejor
para nosotros; al igual que un hermano o amigo, Él nos acompaña en esta
aventura llamada vida, nos anima y nos muestra el camino que debemos seguir.
Mientras tanto en una pareja se puede llegar a esa plenitud
de amor, cuando libremente dos cuerpos, dos almas, se unen en una sola “Ya no
serán dos sino uno” se lee en el Génesis, cuando se prometen compañía y fidelidad,
ante Dios y los hombres. Es cierto que
se puede justificar mucho con el amor, un joven que sólo busca sexo se puede
justificar diciendo: “yo amo”, pero ¿ama en realidad? Yo estoy convencido que el amor busca el bien
del otro, la felicidad compartida “al verte feliz yo soy feliz, aunque no pueda
estar contigo” decía un poeta.
Pero si el amor se vuelve dependencia, ya no será amor,
sino, egoísmo, tú tienes algo que necesito, es allí cuando ya no somos seres
humanos, sino sólo objetos que son “nuestra propiedad”.
El amor verdadero se sacrifica por un bien mayor, una
entrega total y desinteresada, una búsqueda de rostros que nos hablan de Dios.
Al pensar todo esto me pregunto ¿Dónde está el amor de Dios
en toda esta historia? La respuesta es
absoluta: ¡Dónde no está! Al ver una flor
que tímidamente abre sus pétalos ¡Allí está Dios!, Un ave que canta ¡Allí está
Dios!, Un amigo que me abraza ¡Allí está Dios!, Mi madre que me tapa los pies y
me da un beso mientras duermo ¡Allí está Dios!, un anciano que lleva de la mano
a su esposa, después de muchos años de matrimonio ¡Allí está Dios!, Un joven
que escribe versos de amor a su novia ¡Allí está Dios!, un sacerdote entregado
que trabaja por su feligresía ¡Todo esto me habla del amor, todo esto me habla
de Dios!
Cuándo llegues al final del camino te preguntarán: ¿Has vivido? ¿Has amado? Y tú le descubrirás tu corazón lleno de nombres. Eso es
lo único que pido para el final de mis días, poder descubrir en mi corazón a
todos aquellos que he amado, y que me han amado, ver en ellos el rostro del
Dios del amor. Y hoy delante de aquel
que es el amor, sólo puedo decir: ¡Gracias por amarte tanto!
No hay comentarios:
Publicar un comentario