Ya desde hace algunos días, quizá
semanas he querido escribir algo, palabras que nacen de lo profundo del
corazón, palabras que quizá no he dicho,
palabras que me encantaría que supieran antes que yo me vaya. Y es que si hay algo que tan cierto como la vida
misma, esa es la hermana muerte, como la llamaría Francisco. Por esto mismo quiero dedicar unas cuantas
líneas para realizar la homilía que me encantaría que se leyera el día en que
me toque partir, ciertamente no tendrá mucho de teológico, pero si mucho de mi
propia experiencia de vida.
Es cierto que a lo largo de mi vida he escrito
mucho, sobre muchas cosas: política, religión, amor, Dios; pero siempre han
quedado muchas cosas en el aire, palabras que nunca dije, silencios que se
volvieron cómplices, miradas que lo dijeron todo. Hoy al atardecer de mi vida lo único que
puedo decir es: ¡Muchas gracias! Gracias a la vida que he llevado, y a Dios
quien me permitió vivirla. Hoy luego de
un largo camino recorrido, luego de todos estos sueños que he llevado a cabo
puedo decir muy complacido: Señores, ¡He vivido!
Claro, como lo dijo el poeta,
este camino, esta historia, mi historia, no ha sido fácil, en ese trayecto
lloré, reí, comí, gocé, cumplí sueños, me gané frustraciones, pero puedo decir
que en todas y cada una de estas sensaciones hubo alguien que me acompañó:
Dios. Estoy convencido que fue Él quien
estuvo sentado conmigo en los autos, buses, aviones y trenes en los que me
transporté, Él siempre ha sido una presencia real en mi existencia. Para nadie es un secreto que soy hijo de una
gran mujer, ella siempre me ha reflejado el amor de Dios, que es Padre y Madre,
Él me regaló un padre que me enseñó a ser hombre y lo que ello representa. A ellos dos quiero agradecerles porque yo no
he sido lo que en esencia he sido, si ellos no me lo hubieran enseñado. Fue producto de ese amor que yo llegué a
tener dos tesoros mis hermanos, con quienes nos hemos adentrado en la aventura
de la vida, hemos sido cómplices, inundamos la casa muchas veces, jugamos y lo
hicimos siempre con amor.
En este nuevo viaje no puedo
evitar recordar los lugares que conocí, la gente con la que compartí, mi
historia sin duda se ha unido a la de muchas personas, juntos nos hemos
encontrado con Dios. Espero que haya sido en su vida un
instrumento fiel, un instrumento que les haya presentado a aquel que a mí me
cambió la vida: Jesús. Me he encotrado
con muchas personas, cierto es que nunca fui perfecto, eso se lo dejo a los
santos, conocí a grandes y famosos, desde el Papa, obispos y presidentes, hablé
de tú a tú con sacerdotes, diputados, doctores y licenciados, pero eso nunca
fue un impedimento para que me tirara en el piso a jugar con un bebé, o que me
conmoviera, hasta las lágrimas, al ver a alguien sufriendo.
Quizá nunca lo dije pero lo confieso yo
siempre fui muy sensible, a pesar que casi no lloraba, traté de acompañar
siempre a los que sufrieron ¿Cuántas veces no quise abrazar a muchas personas
que enfrente de mí lloraron? ¿Qué me lo impidió? Claro la respuesta es
demasiado obvia para mí: el miedo. Si el
miedo a parecer débil o de hacerme notar como alguien dependiente. No pude evitar tener siempre aires de
independencia, de no necesitar de todas las personas, pero siempre los
necesité, mi vida está llena de rostros, de sus rostros, de los rostros de mi
familia, de mis amigos, de mis compañeros y de muchos desconocidos, que se
volvieron parte de mi vida.
No puedo evitar pensar en todos
aquellos que me presentaron a Dios, a los sacerdotes, el padre Héctor, Rolando,
Carlos, Pedro y tantos otros. Mis amigos
de la ECO con quienes juntos encontramos a un Jesús que sin lugar a dudas nos
cambió el rumbo de la vida y que no nos cansamos de dar a conocer, muy a pesar
de nuestras debilidades, a mis amigos entrañables con quienes dimos catequesis
o charlamos en muchas ocasiones, mis amigos que juntos nos acompañamos, con
quienes lloramos, reímos, nos burlamos, o sencillamente estuvimos el uno para
el otro, a ustedes sólo puedo decirles: ¡Nunca pierdan la esperanza, allí
encontramos a Jesús!
Cierto es que nunca fui perfecto,
que tuve muchos defectos, sobretodo lo criticón y lo sabelotodo, pero es aquí
donde puedo decir que fueron muchas las cosas que ignoré, muchas las cosas que
nunca aprendí, pero lo que supe, traté de compartirlo. Quiero pedir perdón si a alguien he ofendido,
seguramente no quise hacerlo.
Es así como esta historia llega a
su fin, una historia de amor, una historia en la que Dios, yo y ustedes
formaron parte, al igual que Amado Nervo puedo decir: Amé, fui amado, el sol acarició
mi faz, ¡Vida nada me debes, vida estamos en paz! Y así quiero agradecerles por estar
acompañándome en este camino que me ha llevado a Dios, al Dios del amor, al
Dios de Jesús.
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