miércoles, 15 de agosto de 2012
Unas palabras de ánimo
Hace un par de semanas viví un momento muy especial, acompañar a unos jóvenes en su retiro previo a vivir el sacramento de la Confirmación, uno de esos momentos más especiales, sin duda alguna, fue cuando ellos se reconciliaban, muchos de ellos no lo habían hecho desde su primera comunión, pero uno de ellos me marcó, y creo que incluso me ayudó a ver una nueva forma de actuar, este joven se me acerca y muy asustado me dice que no se quiere confesar, por qué, según él, no tendría el perdón de Dios, ya que se consideraba “muy pecador”; más aún me sorprendió un comentario que me hizo: “Quisiera que nada de esto haya pasado”. Esto me motivó a preguntarme: ¿Por qué alguien se siente tan sucio para no pedir perdón? ¿Será que nuestros pecados son tan fuertes que no merecen perdón? ¿Qué es tan fuerte para que alguien quiera cambiar su pasado?
Quizá sean cuestiones personales, pero me han ayudado a mí, como persona, a ver nuevas formas de actuar. Considero que muchos quisiéramos cambiar muchas cosas de nuestra propia vida, el lugar en el que nací, o la gente que está a mi alrededor, quizá cambiar características muy propias de las personas, no lo sé, sólo sé que muchos quisiéramos hacerlo o por lo menos lo hemos pensado.
Al conversar con este joven me di cuenta de la gran cantidad de afecto y aceptación que nos hace falta como seres humanos, ¿cómo es posible que rechacemos a alguien sólo por qué son “diferentes”? Cuando en realidad lo que nos deberíamos preguntar sería: ¿Quiénes no son diferentes? Los hombres y mujeres fácilmente juzgamos, nos reímos e incluso rechazamos a alguien y no nos percatamos de lo que hay en el interior de cada uno, tratamos a las personas como un objeto nada más, que las usamos a nuestro antojo y luego las dejamos de lado.
La verdad me preocupó la situación, cómo este joven, seguro hay muchos más, que se sienten incomprendidos e incluso ofuscados por su situación y esa misma noche me preguntaba: ¿Qué he hecho yo?, rechazo siempre ha habido pero ¿He rechazado yo a alguien? Me entristeció ver cómo incluso no nos podemos acercar a Dios, porque pensamos que Él mismo nos rechazará, como si Él fuera como nosotros. Cuando en realidad el mismo Jesús nos muestra un nuevo rostro de Dios, un rostro de amor y misericordia, que sale al encuentro del hijo que despilfarró todos los bienes que se le había dado, y que lo recibe y más aún le hace una fiesta (Cfr. Lc 15, 11-32).
El problema de fondo es que nos han enseñado a sentirnos culpables e indignos delante de Dios por nuestras debilidades, ya que no creemos en el Dios que nos presentó Jesús, ese Dios que sale a nuestro encuentro. Al hablar con este joven me recordé de los momentos en que más débil me he sentido y recuerdo que son los momentos en los que más cercano siento a Dios, apoyándome y dándome fuerza para continuar.
Por problemas familiares, sociales o de amistades, nos sentimos solos, creemos que el mundo se viene sobre nosotros que ya no hay más que hacer, es allí cuando se siente la presencia de Dios acompañándote.
Al analizar estas situaciones veo mi vida y el proceso que yo mismo he venido haciendo, soy hijo de una madre soltera, que se unió a un hombre, mi papá, cuando tenía cuatro años, he de decir que eso había generado conflicto en mí, luego llegaron mis hermanos y ya no era yo el “preferido”, pero aún así, logré salir adelante, cierto guardé mucho rencor a mi “padre” biológico, rencor que logré sanar y sobretodo perdonar, fue allí, al perdonar, el momento en el que logré ser feliz.
Es cierto que no considero que mi vida haya sido fácil, pero lo que he vivido lo he abrazado y, como me dijo en una ocasión un sacerdote amigo mío, la convertí en mi Historia de salvación, no vi esa etapa de mi vida ya, como algo doloroso sino, por el contrario, como un hilo, hilo que se convirtió en un hermoso tapete una tela que sin dudas es única, porque es la mía. Luego de todo esto llegó algo importante en mi vida: el Encuentro, un encuentro en el que me topé con el hombre que cambió mi existencia totalmente: JESÚS. Fue en un retiro en que me di cuenta de algo, que no lo había aceptado, que ya conocía a Jesús, pero que no le creía como tal. Fue durante cuatro días en los cuales entablé relaciones que durarán para siempre, donde encontré verdaderos amigos y, lo más importante, me reencontré con la alegría que tanto había buscado, esa alegría que va acompañada de la paz, que sólo puede venir de Jesús.
Por ello todas las preguntas que me hice al inicio ayer obtuvieron respuestas, en misa mientras todos cantábamos y bailábamos alegres, con esa alegría que sólo puede venir de Dios llegué a la conclusión que no hay nada más grande que Dios, que incluso el pecado nuestro no es tan importante sino Dios que sale a nuestro encuentro.
Allí sentado en esa capilla que tantos recuerdos me trae me pregunté ¿Qué le podrías decir a este joven, que no le encontraba sentido a su vida? La respuesta sólo pudo venir del Espíritu Santo, que más allá de encontrar algo que hacer, se trata de encontrar a alguien que le dé sentido a nuestra vida, ese es Jesús. Que no importa lo que se haya vivido, sino lo que me queda por vivir, que no importa tanto cuanto me han amado, sino cuanto YO he amado, que no importa para donde vaya, o mejor dicho, si aún no he encontrado para dónde ir, la certeza de que Dios me acompaña debe ser prioritaria.
Así, con estas palabras le diré a mi amigo la próxima vez que lo vea: “Ánimo, se valiente, ¡Yo he vencido al mundo!” (Jn. 16, 33)
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario