miércoles, 2 de diciembre de 2015

Escucha atento, es el momento de que me oigas… Durante mucho tiempo he permanecido inválido, durante mucho tiempo guardé en mi corazón muchos secretos… Como la primera vez que te vi, o quizá, la ocasión en que te hablé.

No sé si todo lo que significaste para mí, yo, signifiqué para ti… francamente ya no me importa, lo que sé es que ya nada de eso pasará, hoy todo acabó, sin pena ni gloria, con unas palabras mal dichas, unos silencios cómplices, comentarios que se han ido de nuestras manos.

Con cuánto anhelo desee que compartiéramos la vida, hoy sé que eso no sucederá, quise un futuro, pero veo que el futuro no está a tu lado… no me aterra, me da nostalgia.  No lloro, río, por lo que esperé, que no sucedió.

Fueron abiertas heridas que no han cicatrizado, quizá no tuve el tino de cerrarlas… Hasta ayer le confesaba a mi almohada cuando te quise, fue quien custodió mis lágrimas.  Hasta ayer traté de buscarte, pero para esto debo estar en paz conmigo mismo, debo perdonarme por tanto daño que te he causado, y pedirte perdón, perdón por amarte, por ignorarte, por lastimarte…


Mientras te pienso, veo este cielo maravilloso de diciembre, con el humo de un cigarrillo imagino, como éramos antes de que todo esto sucediera… y desde el corazón me nace un… ¡Hasta siempre, extraño! 

miércoles, 4 de febrero de 2015

¿Qué habremos hecho mal?

El domingo pasado, como casi todos los domingos, fui a misa, algo que hago por verdadera convicción.  Luego de ello, al salir, caminé hacia mi casa, momento que aprovecho para meditar en lo que acababa de celebrar, reflexionar sobre el mensaje que D**s me quiera transmitir, no está de más decir que este domingo sucedió algo que, por lo general, hago en mi vida.  Mientras caminaba pensaba: ¿qué habremos hecho para que las iglesias, cada vez, haya menos personas, y, más específicamente, menos jóvenes?

Cierto es que hay muchos, me cuento entre ellos, jóvenes que se comprometen con causas eclesiales, que, de una u otra manera, se acercan a los sacramentos, pertenecen a alguna clase de grupos juveniles, pero, son cada vez más, los jóvenes que sencillamente ya no encuentran en la Iglesia la acogida que esperan.

Por mi trabajo y mi relación con jóvenes universitarios, puedo constatar que son muchos los que necesitan a Dios, los que creen, los que buscan, pero, aquí radica mi cuestionante: ¿por qué no buscar a D**s en la Iglesia? Quizá yo mismo sea la respuesta.

Me duele pensar que, en esa búsqueda desesperada, nosotros, como Iglesia, no respondamos a lo que los jóvenes necesitan.  Quizá nos hemos dedicado más a condenar que a acompañar los procesos de vida.  Probablemente nos hemos peleado más por la comunión a divorciados, que trabajar por alimentar a los pobres o, tal vez, hemos abandonado el mensaje de Jesús, para cumplir puros preceptos morales.

Me pongo a pensar en todos aquellos jóvenes que, buscando amor, no saben encontrar en nosotros, quienes espero conozcamos a Jesús, les podemos ofrecer.  Pienso en cuanto bien pudiéramos hacer si, tan solo, dejáramos de condenar para poder encaminarnos al amor.  A veces, solo a veces, necesitamos ser más humanos y menos robots, quizá, cuando de verdad veamos en los ojos de los otros, el rostro de Jesús, podamos convertirnos en verdadera comunidad.

Siento, en mi corazón, el deseo de ser más comunidad y menos institución, en dar más vida, que normatividad moral, en ser más opción y menos obligación, en más camino a seguir, que muros por saltar. 


Ojalá, algún día, podamos salir de nuestra zona de confort, ir, en palabras del papa Francisco, a las trincheras, para buscar a las ovejas que tanto amó Jesús, esas que andan buscando, sencillamente, algún rostro que les demuestre el amor de D**s. 

sábado, 10 de enero de 2015

Reflexiones de un momento...

Por un breve momento, en el devenir de mi propia historia, he dejado de lado mi afán por escribir sobre asuntos teológicos, que tanto me apasiona, quizá, sencillamente es el momento en el cual debo escribir sobre aquello que me conmueve, o quizá sobre aquello que me molesta.
Pero, siendo franco, son pocos los que lo leerían, y aquí estoy siendo bastante iluso al pensar que son muchos los que me leen, hoy, sin embargo, quiero detenerme a expresar lo que tanto miedo me causa y eso, como todo ser humano, es la muerte.

Hace pocos días, un buen amigo perdió a su padre y, curiosamente, en una conversación con una tía, recordamos muchos momentos que vivimos con algunos familiares que ya no están.  Esa noche, mi pensamiento osciló en ¿qué haré cuando todos ellos, los que han escrito conmigo mi historia, ya no estén?

Contestar esto no es simple, quizá me coloca hasta nostálgico, pero quiero revivir algunos momentos que, espero, el papel no borre:  el primer día que tuve a mis dos hermanos en mis brazos, de eso hace veinte años, y aún hoy, brota el deseo de protegerlos; el olor del café de la mañana, que, con mucho amor, nos hace mi mamá; el suave aroma de plátanos fritos, al llegar a casa, un viernes por la tarde; la primer cerveza que tomé con mis amigas; el dulce momento cuando, con amigos, comimos algún pastel; o quizá el aroma del bosque una tarde en Ejercicios Espirituales.

Creo que todo ello me responde a la pregunta, no sé lo que haré en ese momento, porque no quiero vivir afanado por el futuro, quiero, vivir este momento, en el cual mi vida va adquiriendo una ruta, para llegar al amor…