Por un breve momento, en el devenir de mi propia historia,
he dejado de lado mi afán por escribir sobre asuntos teológicos, que tanto me
apasiona, quizá, sencillamente es el momento en el cual debo escribir sobre
aquello que me conmueve, o quizá sobre aquello que me molesta.
Pero, siendo franco, son pocos los que lo leerían, y aquí
estoy siendo bastante iluso al pensar que son muchos los que me leen, hoy, sin
embargo, quiero detenerme a expresar lo que tanto miedo me causa y eso, como
todo ser humano, es la muerte.
Hace pocos días, un buen amigo perdió a su padre y,
curiosamente, en una conversación con una tía, recordamos muchos momentos que
vivimos con algunos familiares que ya no están.
Esa noche, mi pensamiento osciló en ¿qué haré cuando todos ellos, los
que han escrito conmigo mi historia, ya no estén?
Contestar esto no es simple, quizá me coloca hasta
nostálgico, pero quiero revivir algunos momentos que, espero, el papel no
borre: el primer día que tuve a mis dos
hermanos en mis brazos, de eso hace veinte años, y aún hoy, brota el deseo de
protegerlos; el olor del café de la mañana, que, con mucho amor, nos hace mi
mamá; el suave aroma de plátanos fritos, al llegar a casa, un viernes por la
tarde; la primer cerveza que tomé con mis amigas; el dulce momento cuando, con
amigos, comimos algún pastel; o quizá el aroma del bosque una tarde en
Ejercicios Espirituales.
Creo que todo ello me responde a la pregunta, no sé lo que
haré en ese momento, porque no quiero vivir afanado por el futuro, quiero,
vivir este momento, en el cual mi vida va adquiriendo una ruta, para llegar al
amor…
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