miércoles, 12 de septiembre de 2012

Discurso de despedida...


Ya desde hace algunos días, quizá semanas he querido escribir algo, palabras que nacen de lo profundo del corazón,  palabras que quizá no he dicho, palabras que me encantaría que supieran antes que yo me vaya.  Y es que si hay algo que tan cierto como la vida misma, esa es la hermana muerte, como la llamaría Francisco.  Por esto mismo quiero dedicar unas cuantas líneas para realizar la homilía que me encantaría que se leyera el día en que me toque partir, ciertamente no tendrá mucho de teológico, pero si mucho de mi propia experiencia de vida.

 Es cierto que a lo largo de mi vida he escrito mucho, sobre muchas cosas: política, religión, amor, Dios; pero siempre han quedado muchas cosas en el aire, palabras que nunca dije, silencios que se volvieron cómplices, miradas que lo dijeron todo.  Hoy al atardecer de mi vida lo único que puedo decir es: ¡Muchas gracias! Gracias a la vida que he llevado, y a Dios quien me permitió vivirla.  Hoy luego de un largo camino recorrido, luego de todos estos sueños que he llevado a cabo puedo decir muy complacido: Señores, ¡He vivido!

Claro, como lo dijo el poeta, este camino, esta historia, mi historia, no ha sido fácil, en ese trayecto lloré, reí, comí, gocé, cumplí sueños, me gané frustraciones, pero puedo decir que en todas y cada una de estas sensaciones hubo alguien que me acompañó: Dios.  Estoy convencido que fue Él quien estuvo sentado conmigo en los autos, buses, aviones y trenes en los que me transporté, Él siempre ha sido una presencia real en mi existencia.  Para nadie es un secreto que soy hijo de una gran mujer, ella siempre me ha reflejado el amor de Dios, que es Padre y Madre, Él me regaló un padre que me enseñó a ser hombre y lo que ello representa.  A ellos dos quiero agradecerles porque yo no he sido lo que en esencia he sido, si ellos no me lo hubieran enseñado.  Fue producto de ese amor que yo llegué a tener dos tesoros mis hermanos, con quienes nos hemos adentrado en la aventura de la vida, hemos sido cómplices, inundamos la casa muchas veces, jugamos y lo hicimos siempre con amor. 

En este nuevo viaje no puedo evitar recordar los lugares que conocí, la gente con la que compartí, mi historia sin duda se ha unido a la de muchas personas, juntos nos hemos encontrado con Dios.  Espero que haya sido en su vida un instrumento fiel, un instrumento que les haya presentado a aquel que a mí me cambió la vida: Jesús.  Me he encotrado con muchas personas, cierto es que nunca fui perfecto, eso se lo dejo a los santos, conocí a grandes y famosos, desde el Papa, obispos y presidentes, hablé de tú a tú con sacerdotes, diputados, doctores y licenciados, pero eso nunca fue un impedimento para que me tirara en el piso a jugar con un bebé, o que me conmoviera, hasta las lágrimas, al ver a alguien sufriendo.  

Quizá nunca lo dije pero lo confieso yo siempre fui muy sensible, a pesar que casi no lloraba, traté de acompañar siempre a los que sufrieron ¿Cuántas veces no quise abrazar a muchas personas que enfrente de mí lloraron? ¿Qué me lo impidió? Claro la respuesta es demasiado obvia para mí: el miedo.  Si el miedo a parecer débil o de hacerme notar como alguien dependiente.  No pude evitar tener siempre aires de independencia, de no necesitar de todas las personas, pero siempre los necesité, mi vida está llena de rostros, de sus rostros, de los rostros de mi familia, de mis amigos, de mis compañeros y de muchos desconocidos, que se volvieron parte de mi vida.

No puedo evitar pensar en todos aquellos que me presentaron a Dios, a los sacerdotes, el padre Héctor, Rolando, Carlos, Pedro y tantos otros.  Mis amigos de la ECO con quienes juntos encontramos a un Jesús que sin lugar a dudas nos cambió el rumbo de la vida y que no nos cansamos de dar a conocer, muy a pesar de nuestras debilidades, a mis amigos entrañables con quienes dimos catequesis o charlamos en muchas ocasiones, mis amigos que juntos nos acompañamos, con quienes lloramos, reímos, nos burlamos, o sencillamente estuvimos el uno para el otro, a ustedes sólo puedo decirles: ¡Nunca pierdan la esperanza, allí encontramos a Jesús!

Cierto es que nunca fui perfecto, que tuve muchos defectos, sobretodo lo criticón y lo sabelotodo, pero es aquí donde puedo decir que fueron muchas las cosas que ignoré, muchas las cosas que nunca aprendí, pero lo que supe, traté de compartirlo.  Quiero pedir perdón si a alguien he ofendido, seguramente no quise hacerlo.

Es así como esta historia llega a su fin, una historia de amor, una historia en la que Dios, yo y ustedes formaron parte, al igual que Amado Nervo puedo decir: Amé, fui amado, el sol acarició mi faz, ¡Vida nada me debes, vida estamos en paz!  Y así quiero agradecerles por estar acompañándome en este camino que me ha llevado a Dios, al Dios del amor, al Dios de Jesús.

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Unas palabras sobre el amor...


Si hay algo en esta tierra de lo que ha escrito, dicho, interpretado y malinterpretado, es: El amor; algunos han tratado de definirlo, otros han contado historias acerca de esa lucha intensa que es el amor, se han editado y producido infinidad de novelas, que en cierto sentido han tergiversado lo que es este maravilloso sentimiento; incluso el Papa Ratzinger nos ha escirto una encíclica sobre el tema.

El apóstol Juan define: “Dios es amor”; ya los filósofos se han quebrado la cabeza tratando de definir a Dios y han llegado a una sola conclusión: ¡No se puede definir a Dios!  Los antiguos griegos definían tres clases de amor: Eros, Philia y Ágape, cada uno con sus peculiaridades.  Yo los veo más como un camino, un camino que nos lleva a Dios.  Vemos, por ejemplo, en una persona, un rostro, un amigo, un hermano (Philia) un rostro que nos transmite pasión, deseo, atracción física, sacrificio (Eros) y en cada uno de ellos vemos a Dios (Ágape).

Al empezar a escribir sobre esto me preguntaba: ¿Qué me habla a mí del amor?  Providencialmente oí el llanto de un recién nacido en los brazos de su madre, claro mi memoria voló hace diecisiete años cuando oí a mi hermano por primera vez, o hace quince años, cuando mi hermana apareció en mi vida.  Creo que allí tuve una experiencia de amor.  En esta relación fuimos creciendo los tres, compartimos, vivimos, gozamos y disfrutamos juntos, ellos son rostros de amor puro y sincero, que busca el bien del otro.

¿Qué decir del amor de una madre?  Que sin duda quiere lo mejor para nosotros, a pesar que haya errores, siempre querrá nuestro bien.

En el ir y venir de nuestra vida esos se convierten en rostros que nos transmiten algo importante: ¡A Dios!  Al igual que una madre, Dios quiere lo mejor para nosotros; al igual que un hermano o amigo, Él nos acompaña en esta aventura llamada vida, nos anima y nos muestra el camino que debemos seguir.
Mientras tanto en una pareja se puede llegar a esa plenitud de amor, cuando libremente dos cuerpos, dos almas, se unen en una sola “Ya no serán dos sino uno” se lee en el Génesis, cuando se prometen compañía y fidelidad, ante Dios y los hombres.  Es cierto que se puede justificar mucho con el amor, un joven que sólo busca sexo se puede justificar diciendo: “yo amo”, pero ¿ama en realidad?  Yo estoy convencido que el amor busca el bien del otro, la felicidad compartida “al verte feliz yo soy feliz, aunque no pueda estar contigo” decía un poeta.

Pero si el amor se vuelve dependencia, ya no será amor, sino, egoísmo, tú tienes algo que necesito, es allí cuando ya no somos seres humanos, sino sólo objetos que son “nuestra propiedad”.
El amor verdadero se sacrifica por un bien mayor, una entrega total y desinteresada, una búsqueda de rostros que nos hablan de Dios.

Al pensar todo esto me pregunto ¿Dónde está el amor de Dios en toda esta historia?  La respuesta es absoluta: ¡Dónde no está!  Al ver una flor que tímidamente abre sus pétalos ¡Allí está Dios!, Un ave que canta ¡Allí está Dios!, Un amigo que me abraza ¡Allí está Dios!, Mi madre que me tapa los pies y me da un beso mientras duermo ¡Allí está Dios!, un anciano que lleva de la mano a su esposa, después de muchos años de matrimonio ¡Allí está Dios!, Un joven que escribe versos de amor a su novia ¡Allí está Dios!, un sacerdote entregado que trabaja por su feligresía ¡Todo esto me habla del amor, todo esto me habla de Dios!

Cuándo llegues al final del camino te preguntarán: ¿Has vivido? ¿Has amado? Y tú le descubrirás tu corazón lleno de nombres. Eso es lo único que pido para el final de mis días, poder descubrir en mi corazón a todos aquellos que he amado, y que me han amado, ver en ellos el rostro del Dios del amor.  Y hoy delante de aquel que es el amor, sólo puedo decir: ¡Gracias por amarte tanto!