Cuando tenga setenta años, veré en retrospectiva, quizá me
sentaré en el sillón de mi casa a observar imágenes de lo que un día fue, veré
rostros, recordaré nombres, contaré historias.
Como aquellos viajes que hice, lo que me reí, lo que lloré… A los
setenta años ya no guardaré rencor, mi odio por aquellos que me hirieron, ya se
habrá evaporado… Recordaré con nostalgia a los que amé, a los que me amaron, y
también a los que no.
Recordaré la alegría de mis perros al llegar a mi casa, o la
preocupación de mi madre, o el olor de la comida de mis tías. Me alegraré de recordar los libros que leí,
los poemas que declamé, las clases que impartí, todo lo que aprendí. Sin
nostalgia recordaré amores fallidos, o palabras que no quise decir o
escuchar. Recordaré con orgullo las
cicatrices que me hice al amar, al soñar o a ayudar a alguien, aunque muchas de
ellas fueron producto de caídas, quizá tontas…
Quizá recordaré detalles puntuales, de gente que marcó mi vida…
como las notas de voz con marimba de fondo, las noches de vinos y quesos,
hablando de la vida. Aquellas bodas en
las cuales fuimos la pareja perfecta, porque utilizábamos el mismo color de
corbata y vestido. Los momentos en que
tomábamos una cerveza, fumábamos un cigarro y bailábamos hasta el amanecer… La
primera vez que compartimos nuestros temores, a la luz de la luna, o con una
copa de vino, o la espera de un bus en un lugar que me causaba temor. O quedarnos de último en las fiestas, para
charlar con un café… Recordaré las presentaciones de teatro, danza, poesía,
conciertos, momentos memorables…
Recordaré con quienes he llorado y a quienes
he visto llorar, reiré por las vergüenzas que pasé o hice pasar. Recordaré la
primera vez que los vi, en el parqueo de una iglesia, en el hall de un
seminario, bailando en un bar, o en el aula de la universidad… Recordaré a la
primera que me regaló flores, o los dulces pasteles del cumpleaños de algún
amigo… quizá recuerde la ansiedad de un examen, o los momentos incómodos cuando
presentaba a los que me rodeaban… Recordaré las llamadas o mensajes a media
noche, que a veces llegaban hasta la madrugada, con el simple hecho de
compartir, o simplemente chismear. Las escapadas de clases, o las llegadas
tarde a casa, porque lo hacía con alguien importante.
También recordaré los momentos no tan agradables, como
cuando lloramos juntos, por la pérdida de alguien querido, o cuando tuvimos que
decir adiós…
Quizá lloré, quizá reí, quizá canté o quizá amé… Cuando
llegue ese día, tomaré, otra vez, una copa de vino entre mis manos, encenderé
un cigarro, contemplaré mi vida, y abriré mi corazón, que está lleno de nombres
y rostros.