Reconozco que muchas veces, sino es que casi todas, suelo
ser poco ortodoxo al hacer mis comparaciones, creo que incluso podría llegar a
ser una buena virtud. Lo cierto es que
no tengo otra comparación para este tema.
Hace un par de años vi una película junto con mis amigos: “Transformers
2”; por alguna razón al ver la imagen de un decepticon anciano vino a mi mente
la imagen de la Iglesia, una estructura milenaria, que va caminando a paso lento,
muy lento. Esta comparación se amplió
luego de mis estudios de teología, sobretodo de eclesiología y creo que empezó
a caminar un poco más rápido al llegar Juan XXIII al papado, lástima que quedó en el arranque.

Luego de toda esta algarabía, tuve el privilegio de conocer
el Vaticano, en algún momento fue un poco chocante lo que allí viví, pero no
trataré ese punto aquí. Cierto es que me impresionó ver la cantidad de personas
que llegan allí ¡imagínese si todas esas personas se confesaran y comulgaran!,
no habría capacidad para tanto en la Basílica San Pedro o en cualquier basílica
romana.

Al hacerles esta pregunta a los jóvenes con los que
comparto, muchas veces me he quedado con la sensación que van a la Iglesia sólo
“para cubrir el precepto”, no porque haya una verdadera convicción, más aún, es
lamentable que en algunos casos prefieren centrarse en un círculo específico y
no hacer lo que de verdad vale la pena, y me refiero específicamente a algunos,
léase bien: ALGUNOS, que pertenecen al mismo movimiento juvenil que yo, que no
se pierden una reunión del movimiento, pero en algunos casos ni a misa van los
domingos, ¡qué decir entre semana!, ¿Qué motiva entonces a los jóvenes a ir a
la Iglesia? Ojalá fuera una persona: JESÚS.
Y es que teniendo tanta riqueza, espiritual claro está, nos
hemos quedado sólo con una parte. Por
ejemplo aquellos que pasan una hora en una exposición al Santísimo, pero que no
comulgan cuando van a la Celebración de la Misa, porque sencillamente “Se
sienten pecadores”, ¿por qué? ¡Qué alegría tan grande saber que somos invitados
a la mesa del Señor!, ¡Nos ama tanto que se ha querido quedar con nosotros!,
allí nos hemos quedado únicamente en el rito, y no es que sea malo, es que
podemos aspirar a mejores cosas. Queremos que nuestros jóvenes pasen una hora
junto a Jesús Sacramentado ¡Pero no les hemos enseñado a orar! No nos
perdemos una procesión en semana santa ¡Pero no somos capaces de respetar y
ayudar a nuestro hermano necesitado, a quién tenemos a nuestro costado! Con el
fortalecimiento de las redes sociales, todos ponen mensajes de amor de Dios ¡Pero
pocos son los que hablan del respeto a la dignidad humana!, llenamos nuestros
perfiles sobre el sacrificio de Jesús en la cruz ¡pero pocos hablan de la
resurrección!
Por ello me sorprende el gran éxito que tiene, entre muchos
jóvenes, la Iglesia, pero sólo como un lugar para “relaciones sociales”, no
porque sea un sitio de encuentro con Jesús.
En esas conversaciones que mantengo con algunas personas no me canso de
preguntar: ¿Qué buscas: el amor de Dios o al Dios del amor?
Es el momento en que los jóvenes nos comprometamos a
trabajar con y por la Iglesia, que los gritos de la JMJ: “Esta es la juventud
del papa”, no sean gritos vacíos, palabras al aire. Es el momento en que los jóvenes nos
comprometamos a construir el Reino de Dios en la tierra, hacer de este país un
bastión de jóvenes comprometidos por la causa de Jesús, por la causa de los
pobres y desfavorecidos, no como búsqueda de la salvación del alma, porque si
somos incapaces de ver en nuestro hermano y hermana un alma que pide ayuda, ya
habremos perdido nuestra alma.

Luis Alberto Guigui