Hace un par de días, en el perfil de una de mis amigas, en
una de las redes sociales, vi una imagen que me dejó mucho en que pensar. Esta imagen era una caricatura de un joven
cargando una cruz, alrededor de esta imagen estaban escritas varias leyendas: “Problemas”
“enfermedades” “Cargas”. Muchos estarán
de acuerdo con esta imagen, es más es parte del imaginario colectivo: “Esa es
tu cruz”. Más aún esto está de la mano
con la imagen de un Dios que te pone pruebas porque te ama.
Siendo lo bastante franco yo era parte de esta mayoría que
proponía lo anterior, para mí, la cruz era los problemas que tenía, mis
situaciones particulares o las enfermedades que padezco. Todo ello cambió cuando en una clase de Moral
Cristiana, el catedrático, paró mi exposición cuando yo había propuesto esto,
diciendo que ello no estaba en consonancia con el Evangelio. Lejos estaba yo de pensarlo.
Y es que es muy fácil proyectar en Dios todas aquellas
dificultades que se presentan en la vida.
Es más fácil hacerlo así, para yo quitarme la responsabilidad de asumir
lo que me corresponde. Porque la
verdadera cruz es asumir el proyecto de
Jesús como propio, que es el Reino de Dios.
Pero se tiene que entender el Reino de Dios, no sólo en su
dimensión escatológica (todo aquello que pasará después de esta vida), sino,
nuestro compromiso real y auténtico por trabajar por el mundo, como lo soñó
Dios y por lo cual vino Jesús a la tierra.
Asumir el Reino de Dios, es antes que nada, trabajar porque las
situaciones de injusticia, de deshumanización ya no sucedan. Es trabajar por la dignidad de todos los
seres humanos, aunque no piensen o no actúen como nosotros “los buenos”
quisiéramos.
Muchas veces esta dimensión escatológica, lo que hace es que
las personas se conformen, depositando en Dios toda la responsabilidad, por un
mundo mejor. Es muy común escuchar a
varios que dicen: “yo oro para que ya no hayan pobres y que Dios les dé de
comer”, cuando en realidad es también mi responsabilidad como humano, y como
cristiano, darle pan a los que no lo tienen, trabajando para que eso mismo no
suceda. El mismo Jesús nos da el mandato
de “Denles ustedes de comer” (Cf. Mc. 6,
37)
Decir que somos
cristianos, es actuar como Jesús actuaría, trabajar por los pobres y
desposeídos, por los rechazados y los marginados. Para que esas situaciones de indignidad ya no
sucedan. Cuando Jesús nos invita a “El que quiera seguirme, niéguese a sí mismo,
cargue con su cruz y me siga. El que
quiera salvar su vida, la perderá; quien
la pierda por mí y por la Buena Noticia, la salvará…” (cfr. Mc. 8, 34b – 35)) es precisamente eso, tomar
la cruz del proyecto que Él asumió: El
Reino de Dios. Y ese tomar la cruz
es hasta las últimas consecuencias, hasta el rechazo de los poderosos o incluso
de nuestros propios amigos. Para ello el
caso paradigmático de Jesús, que asumió, hasta la última consecuencia, ese
proyecto. En Él fue la muerte, la muerte
por los ideales del Reino. Jesús no
quedó con los brazos cruzados, quiso mostrarnos a Dios como Abba, como un
Padre-Madre, que acoge y perdona, que sale al encuentro de aquellos que
fallaron (Cfr. Lucas15, 11-32), que hace una fiesta cuando encuentra a la oveja
perdida. (Cfr. Lucas 15 1-7)
Depositar en Dios lo que es nuestra responsabilidad, es
desplazar en Él, lo que es nuestra responsabilidad. Ya es tiempo que, los cristianos, nos
humanicemos y seamos coherentes con el mensaje de Jesús, que es quien seguimos. Tomar la cruz de Jesús, es asumir su
proyecto, no hacer responsable a Dios de las situaciones fortuitas de la vida. En el fondo, en esas situaciones, es Dios
quien nos acompaña y nos da la fuerza suficiente para sobrellevarlas, pero no
es justo pensar “Que todo sufrimiento viene de Dios” (Cfr. José Luis Cortés
“Universículos”).
Ahora que iniciamos la cuaresma, es menester que
reflexionemos y nos cuestionemos ¿es la cruz de Jesús la que quiero tomar? Y de la mano con ella la siguiente es más
importante aún ¿Estoy dispuesto a bajar
de la cruz, a todos los crucificados de hoy, los marginados, los rechazados,
los explotados por la sociedad?