miércoles, 22 de enero de 2014

Mi fe, bajo la lupa

Desde hace ya un par de días, he querido ponerme en contacto con mi interior y poner, en papel, aquello que me ha cuestionado, me cuestiona y me cuestionará, el día que deje de hacerlo, espero morir:  Eso es mi fe.

Partiendo de ello, del concepto heredado de fe: “garantía de lo que se espera, prueba de lo que no se ve” (Cfr. Heb. 11, 1) podemos decir que hacemos depositario de nuestra fe a Dios, “al Dios de Abraham, Isaac y Jacob, el Dios de nuestros padres” (Cfr. Ex. 3, 6).  Que a su vez ha sido trasladado a nuestros días por la Iglesia, fundada en el cimiento de los apóstoles.

Hasta este momento estamos bien, pero hoy día, la respuesta que muchos jóvenes esperan, es dejada de lado por la propia jerarquía eclesial.  Hasta hace pocos años, la fe, así como las enseñanzas del magisterio de los papas y obispos era incuestionable, todos debían, con sumisión, bajar la cabeza, ante los argumentos expuestos por el patriarcado episcopal. Pero ¿Hoy es así?

Muchos, incluyéndome, y en honor a la verdad, nos hemos cuestionado, no lo que creemos, sino por qué creemos.  Muchos son los que dan por sentado sus creencias y su fe: Porque mis papás me enseñaron, porque si no me voy al infierno, porque así es.  Y no se preguntan los fundamentos básicos de su fe.  Muchos de ellos creen porque si no, Dios les hará caer un rayo en la cabeza o los mandará directo al infierno. 
 
Son muchos, quizá la mayoría de creyentes, que basan su fe en el miedo, porque no han sabido limpiar la imagen de Dios, se han quedado con la imagen del Dios justiciero y vengativo, celoso y vigilante ¡Y no han dado el salto al Dios de Jesús! Al Dios que es amor, que es Padre y Madre, que acoge y sale al encuentro de nosotros.  Y en el fondo es la misma jerarquía quien ha impuesto esta imagen ya que han identificado a Dios con miedo, para no perder adeptos y con ello evitar cuestionamientos sobre prácticas sin sentido, que ya deberíamos reformar.

No hay nada más manipulable que un creyente con miedo, que ve en la religión, en el cumplimiento de las normas, la salvación que esperan.  Y es allí cuando mucha parte de la jerarquía, domina las conciencias y las ideas, silenciando a todos aquellos que no piensan como ellos mismos lo dictaminan.  Así han sacado a los mejores de sus teólogos, para conservar lo peor de su teología, en palabras de José Luis Cortés
 
Todo lo anterior me ha llevado a cuestionarme el fundamento de mis creencias, yo estoy lejos de aceptar, con sumisión, lo que se me ha impuesto, si Dios hubiese querido que fuera un borrego que sigue a la manada, no me hubiera dado la oportunidad de pensar.  Y ese es el mayor tesoro que he recibido de Dios, que al pensar pueda cuestionarme, y con ello obtener mis propias respuestas.  Y mi respuesta es muy sencilla, es la fe en Jesús, que me libera, que me quita pesos que está de más cargar, como el miedo y la desconfianza, porque en él he puesto mi confianza.

Creo que a estas alturas del tiempo, debemos saber que el miedo está muy alejado de la fe, y que, también, es el momento de saber que la duda no está divorciada o peleada con Dios.  Si muchos creyentes se cuestionaran sus creencias, quizá la respuesta que darían sería más libre y respetuosa, al final de cuentas el peor error que hemos cometido como Iglesia es imponer nuestros criterios. 
No está de más que haga un repaso de mi fe, ya que muchos cuestionan lo que creo, o la forma en que lo expreso, y para ello tomo como propias las palabras de José María Diez Alegría:

Creo que Jesús es el ungido del Padre (el Cristo), el enviado (Mesías).

Creo que Jesús es el redentor de los hombres, en quien está la salvación del mundo.

Creo que Jesús murió y resucitó. Su muerte (asumida en plenitud de amor al Padre y a los hombres) y su resurrección son una victoria sobre nuestro pecado y sobre la muerte. El «cómo», el «cuándo» (o proceso de «cuándos») y el «por qué» de esta victoria son inconmensurablemente misteriosos. Como misteriosa es la realidad de que la muerte y la resurrección de Cristo son una «reconciliación» de los hombres con los hombres y con el Padre.

Creo que Jesús es el Hijo de Dios. Y creo que eso es realidad con una propiedad tal, que constituye un misterio insondable. No se puede analizar conceptualmente. Se pueden sólo vislumbrar profundidades incomprensibles de preexistencia, de glorificación, de prospectiva final de plenitud, pero sin poder llegar (casi) ni al balbuceo de proposiciones que puedan de veras retener un «sentido».

Creo que Jesús, por su resurrección, ha recibido poder para enviar sobre los hombres el Espíritu vivificante, de junto al Padre.

Creo que Jesús fue enviado por Dios «nacido de mujer» en condición verdaderamente humana, y que éste es un elemento del misterio de salvación.

Creo que Jesús da a los creyentes su cuerpo y su sangre en el pan y el vino de la Eucaristía. Esto es tan verdad, que, por eso mismo, es incomprensible. Se puede creer y puede ser vivido. Pero todo intento de conceptualización analítica, y quizá más todavía si es polémica, nos aleja de la posibilidad de captación existencial, que es la vía de acceso.

Creo que Jesucristo es el Señor y es «Señor de la historia» y que ésta es una dimensión constitutiva del misterio de su resurrección. (Cfr. Yo creo en la esperanza, página 10)