Desde
hace ya un par de días, he querido ponerme en contacto con mi interior y poner,
en papel, aquello que me ha cuestionado, me cuestiona y me cuestionará, el día
que deje de hacerlo, espero morir: Eso
es mi fe.
Partiendo
de ello, del concepto heredado de fe: “garantía
de lo que se espera, prueba de lo que no se ve” (Cfr. Heb. 11, 1) podemos
decir que hacemos depositario de nuestra fe a Dios, “al Dios de Abraham, Isaac
y Jacob, el Dios de nuestros padres” (Cfr. Ex. 3, 6). Que a su vez ha sido trasladado a nuestros
días por la Iglesia, fundada en el cimiento de los apóstoles.
Hasta
este momento estamos bien, pero hoy día, la respuesta que muchos jóvenes
esperan, es dejada de lado por la propia jerarquía eclesial. Hasta hace pocos años, la fe, así como las
enseñanzas del magisterio de los papas y obispos era incuestionable, todos
debían, con sumisión, bajar la cabeza, ante los argumentos expuestos por el
patriarcado episcopal. Pero ¿Hoy es así?
Muchos,
incluyéndome, y en honor a la verdad, nos hemos cuestionado, no lo que creemos,
sino por qué creemos. Muchos son los que dan por sentado sus
creencias y su fe: Porque mis papás me enseñaron, porque si no me voy al
infierno, porque así es. Y no se
preguntan los fundamentos básicos de su fe.
Muchos de ellos creen porque si no, Dios les hará caer un rayo en la
cabeza o los mandará directo al infierno.
Son
muchos, quizá la mayoría de creyentes, que basan su fe en el miedo, porque no
han sabido limpiar la imagen de Dios, se han quedado con la imagen del Dios
justiciero y vengativo, celoso y vigilante ¡Y no han dado el salto al Dios de
Jesús! Al Dios que es amor, que es Padre y Madre, que acoge y sale al encuentro
de nosotros. Y en el fondo es la misma
jerarquía quien ha impuesto esta imagen ya que han identificado a Dios con
miedo, para no perder adeptos y con ello evitar cuestionamientos sobre
prácticas sin sentido, que ya deberíamos reformar.
No
hay nada más manipulable que un creyente con miedo, que ve en la religión, en
el cumplimiento de las normas, la salvación que esperan. Y es allí cuando mucha parte de la jerarquía,
domina las conciencias y las ideas, silenciando a todos aquellos que no piensan
como ellos mismos lo dictaminan. Así han
sacado a los mejores de sus teólogos, para conservar lo peor de su teología, en
palabras de José Luis Cortés
Todo
lo anterior me ha llevado a cuestionarme el fundamento de mis creencias, yo
estoy lejos de aceptar, con sumisión, lo que se me ha impuesto, si Dios hubiese
querido que fuera un borrego que sigue a la manada, no me hubiera dado la
oportunidad de pensar. Y ese es el mayor
tesoro que he recibido de Dios, que al pensar pueda cuestionarme, y con ello
obtener mis propias respuestas. Y mi
respuesta es muy sencilla, es la fe en Jesús, que me libera, que me quita pesos
que está de más cargar, como el miedo y la desconfianza, porque en él he puesto
mi confianza.
Creo
que a estas alturas del tiempo, debemos saber que el miedo está muy alejado de
la fe, y que, también, es el momento de saber que la duda no está divorciada o
peleada con Dios. Si muchos creyentes se
cuestionaran sus creencias, quizá la respuesta que darían sería más libre y
respetuosa, al final de cuentas el peor error que hemos cometido como Iglesia
es imponer nuestros criterios.
No
está de más que haga un repaso de mi fe, ya que muchos cuestionan lo que creo, o
la forma en que lo expreso, y para ello tomo como propias las palabras de José
María Diez Alegría:
Creo que Jesús es el ungido del Padre (el
Cristo), el enviado (Mesías).
Creo que Jesús es el redentor de los hombres, en
quien está la salvación del mundo.
Creo que Jesús murió y resucitó. Su muerte
(asumida en plenitud de amor al Padre y a los hombres) y su resurrección son
una victoria sobre nuestro pecado y sobre la muerte. El «cómo», el «cuándo» (o
proceso de «cuándos») y el «por qué» de esta victoria son inconmensurablemente
misteriosos. Como misteriosa es la realidad de que la muerte y la resurrección
de Cristo son una «reconciliación» de los hombres con los hombres y con el
Padre.
Creo que Jesús es el Hijo de Dios. Y creo que
eso es realidad con una propiedad tal, que constituye un misterio insondable.
No se puede analizar conceptualmente. Se pueden sólo vislumbrar profundidades
incomprensibles de preexistencia, de glorificación, de prospectiva final de
plenitud, pero sin poder llegar (casi) ni al balbuceo de proposiciones que
puedan de veras retener un «sentido».
Creo que Jesús, por su resurrección, ha recibido
poder para enviar sobre los hombres el Espíritu vivificante, de junto al Padre.
Creo que Jesús fue enviado por Dios «nacido de
mujer» en condición verdaderamente humana, y que éste es un elemento del
misterio de salvación.
Creo que Jesús da a los creyentes su cuerpo y su
sangre en el pan y el vino de la Eucaristía. Esto es tan verdad, que, por eso
mismo, es incomprensible. Se puede creer y puede ser vivido. Pero todo intento
de conceptualización analítica, y quizá más todavía si es polémica, nos aleja
de la posibilidad de captación existencial, que es la vía de acceso.
Creo que Jesucristo es el Señor y es «Señor de
la historia» y que ésta es una dimensión constitutiva del misterio de su
resurrección. (Cfr. Yo creo en la esperanza, página 10)